¡Hola, soy Raquel!
Amante de las Humanidades y de la cultura en general, periodista de vocación y músico en mis ratos libres. Escritora un día sí y otro también. Filóloga en ciernes. Emprendedora en Start UC3M y debatiente en Modelo de Parlamento Europeo.
En este rincón podrás encontrar algunas de mis últimas creaciones, tanto poéticas como de narrativa o ensayo.
¡Siéntete libre de compartir si te gustan mis publicaciones, pero no olvides dar crédito! 😉
Microrrelatos
In memoriam
Hay un viejo recuerdo sentado en una silla en el salón, pero no consigues llegar hasta él. Tararea la misma canción francesa que solías cantar de niña cuando regresabas del colegio. No se aprendió del todo la letra, pero la melodía la entona a la perfección. Qué cosas.
Sobre la mesa se encuentra lustrosamente colocada la vajilla de tu abuela, esa que huele a canela con un ligero toque a naftalina. Los platos, dispuestos a modo de espiral, conforman una especie de mosaico de colores que hipnotiza. En ellos, saborear la comida es casi un ritual; empiezas por los pequeños aperitivos hasta llegar al postre. La boca se te hace agua, y eso que aún no has probado bocado, porque el recuerdo no te deja. Continúa apoltronado en la silla de madera, a solo unos centímetros de distancia, meciéndose con un desquiciante ‘ñic, ñac’.
Intentas alcanzarlo, tocarlo, acariciarlo. No se deja. Es más volátil que el humo, aunque a la vez parece tan sólido… Está cubierto por una pátina dorada, el suave lametazo de un escurridizo rayo de sol que se cuela por la ventana, sorteando las tupidas cortinas manchegas.
De pronto el recuerdo comienza a convulsionar. Te das cuenta de que no es un recuerdo, sino más bien el boceto a lápiz de uno, un recuerdo emborronado. Se estremece con violencia y te asustas; gritas, pero de tu garganta no sale nada, tan solo el gemido del vacío. Silencio vaciado de palabras. Un gluglú, un blablá. Preso del último estertor, el recuerdo te permite conocer su nombre en un susurro. No necesitas apellidos. Cómo has podido olvidar el nombre de tu propio abuelo. Cómo has podido.
R.R.I
11-S, calendario en llamas
El último día de vacaciones fue también el último día que pasamos juntos. Lágrimas, risas, besos; todo ello, como un cóctel molotov.
Explotó y ambos desaparecimos entre las cenizas de aquel calendario en llamas.
Julio helado.
Agosto distante.
Septiembre ardiente.
Al menos no hubo promesas de mensajes ni de llamadas. Tampoco despedidas empalagosas.
Volamos y caímos al mismo tiempo, derrumbándonos junto a las dos torres de ese martes 11.
Las luces de Nueva York vieron nuestras almas ahogarse en el cielo.
R.R.I
Futuro incierto
Se quitó la alianza de boda el mismo día que llegó de la luna de miel. La guardó en el costurero, entre las agujas y las bobinas de hilo. Como si lo diese todo por perdido desde el principio. Un anticipo de lo que vendría después.
Se miró en el espejo y pensó «Sí, hoy me voy a poner ese pintalabios rojo que tanto me gusta y que tengo abandonado en un cajón».
El cajón de una juventud perdida. Olvidada. Marchita.
18 años de vida que deseaban saltar en un trampolín hacia las estrellas pero que solo lograrían hundirse en el fango.Un futuro incierto hasta decir basta.
Sympathy for the devil
La tarde del 13 de diciembre, Macarena salió de su coche, se dejó la puerta abierta, una canción de los Rolling sonando a todo volumen y un aroma a colonia barata impregnando los viejos asientos de cuero. El móvil le resbaló del bolsillo, se había demorado más de la cuenta.
La tarde del 13 de diciembre, minutos después, todo el vecindario de Santa Ana escuchó un grito desgarrador, aunque nadie se atrevió a asomarse por la ventana. Aún sonaba el álbum de los Rolling mientras ardía la casa, mientras un cuerpo se precipitaba al vacío. Sonaba todavía cuando llegaron la ambulancia, los bomberos y la policía, todos ellos acompañados de sus sirenas.
Al día siguiente la plaza se llenó de carteles, de lazos, de velas, de mensajes. Las banderas, a media asta. Los mismos que lo sabían todo, que decidieron no asomarse la tarde anterior, levantaban sus carteles con mayor frenesí que el de al lado. Ellas gritaban, ellos jaleaban.
La canción de los Rolling no volvió a escucharse nunca más por el barrio.
Poemas
Jueves noche
Era un jueves al huir la tarde,
un jueves con aire de viernes
caricias de sábado
y el regusto amargo del domingo.
Era jueves y ardía el cielo,
no nos dejaba contar estrellas.
El mar nos devoraba los pies como Saturno
¡ah, los tuyos y los míos!
Era jueves y las olas escribían
efímeros poemas en minúscula;
el encadenado de una lira
sin punto y final, solo aparte.
Era jueves y nuestros pies dibujaban
¡ah, los tuyos y los míos!
el mapa hacia una isla del tesoro
de cuyo candado hace tiempo perdimos la llave.
R.R.I
Receta de amor bajo en calorías
Dos cucharadas de tiento
y una pizca de «lo siento»,
el ardor de un beso envenenado
con sazón de desespero.
Caliéntalo a fuego lento
si no quieres que evapore
antes de que esta larga noche
llegue a su término.
Salpimienta con esmero,
no vaya a ser que despierte;
deja que al abrigo del licor
la desmemoria haga el resto.
No te olvides de hornear
los restos de un corazón roto,
a baja temperatura
quedarán helados muy pronto.
Es la receta de un amor
bajo en calorías,
que, como la venganza,
suele servirse mejor fría.
R.R.I
Promesas de arena
Estoy atada
a la arena de tu cuerpo
voluble, cambiante,
teñido de azul y blanco
como la espuma del mar.
Estoy enredada
en tu sonrisa nocturna,
en tus abrazos sedientos
que me dejan cicatrices
y lágrimas en los ojos.
Estoy.
Lejos.
Cada vez más cerca.
¿Y tú?
¿Estás?
R.R.I
Londres en sinestesia
Nos escondimos hace años
en los cielos de un Londres
apagado y brumoso,
garajes de humo blanco y gris
bajo un manto de acuarela.
Dormí entre tragedias de Shakespeare,
tú cerrabas los bares del Soho,
mientras huías del compromiso
de las postales firmadas
con nuestras dos iniciales.
Lo que aún recuerdo de esos días
es el lamento de las nubes
en las noches por Trafalgar,
y el color de los vestidos
en medio de Camden Lock.
No hubo candado ni beso
capaz de mantenernos anclados
a un Tower Bridge de novela
que anhelaba ser escrita.
No hubo canción ni promesa
ni deseo emborronado
de regresar a tu lado
a nuestro Londres en sinestesia.
R.R.I
Desconocidos
Dices conocer el temblor de mi risa
a diez kilómetros de distancia,
la caligrafía de un nombre sin apellidos,
mi mordisco en la manzana de Blancanieves.
Creo conocer la soledad de tu verano,
tus cuentos de infancia a las doce en punto
y las mentiras de tu baraja de póquer
derritiéndose como el hielo en ese vaso.
Y yo
que he bailado en la paradoja de tus palabras,
en el tira y afloja de tus miedos
deformados por el rictus
de la falsa modestia.
Yo conozco cada palmo del desierto
de tu piel cóncava y convexa
aunque sea a través de sueños incompletos.
Y tú
podrás conocer la sal del cielo de mi boca
y el despertar de unos párpados al sol,
pero no conoces
el latir de mi rosa sin espinas,
como yo desconozco
la profundidad real del pozo de mar
que se refleja en tus ojos.
R.R.I
De tus ojos azules
De tus ojos
azules
solo recuerdo el rumor de la playa
donde el sol besaba la arena
y la sombra era un oasis prohibido.
De tus ojos
azules
recuerdo el brillo de interés
pasado, presente y futuro
de la historia de un agosto inconcluso.
De tus ojos
azules
recuerdo humo, sudor y risas a escondidas,
los últimos versos recitados
de un poema de Baudelaire.
De tus ojos
azules
recuerdo promesas y un «hasta luego»
con eco de acento francés
y olor a chicle de menta.
R.R.I
Versos en blanco
He cosido con versos el velo de un vestido blanco.
Tus pupilas gritan tras la seda transparente,
tirando de cada hilo con rabia,
enredándolo entre tus dedos como una Moira,
cuestionándote el penúltimo porqué.
Cosí sola el velo de un vestido blanco,
ayudándome de versos, que no de besos,
cuchillo y aguja en mano, sin ningún dedal.
Operé a corazón abierto,
diluyendo sudor en lágrimas,
la sangre lacrando el sobre de mi cuerpo,
atrapada contigo en sábanas sin planchar.
Sin ropa, sin corazón, sin altar.
R.R.I
El apocalipsis de las luciérnagas
En el corazón del aguacero
los niños lejanos lloran,
mientras nosotros reímos
viendo forjarse el oro en nuestras muñecas.
Noches de miseria aguardan
los ventanales lujosos
que escuchan gritar a aquellos que callan.
Llegará pronto lo que algunos llaman
el apocalipsis de las luciérnagas,
y quizá sea entonces cuando nos quedemos
sin pan,
sin oro,
sin risas,
sin nada.
R.R.I
Libertad
Y amaneció calma lo que llamaban ruido,
amaneció brisa el temporal de la noche,
amanecieron posos en lugar de café.
De tu rostro no quedaba nada en la almohada,
pero tampoco lo eché de menos;
y si lo hice fue solo durante unos instantes,
instantes de ojeras y mejillas mojadas.
Con cada sorbo escribí una letra
de aquella carta que jamás llegué a enviarte
porque ardió en el fuego de un pecado sin redención.
Una letra.
Y otra.
Y otra.
Resonando en mi cabeza
como el llanto desconsolado de un niño,
en un estado febril del que nunca creí poder escapar.
Pero amaneció calma lo que llamaban ruido,
amaneció brisa el temporal de la noche,
amanecieron posos en lugar de café.
Se asomaron mis ojos a esa otra ventana
que lleva por nombre ‘vida’
y vi nacer en ellos una nueva palabra.
«Libertad»
R.R.I
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